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Ya lo dijo Marco Antonio Solís en su canción: si no te hubieras ido,"el ritmo de la vida me parece mal".
Pues en los profes y en un cole, ya ni te digo.
Mediados de julio en Madrid.
Vacaciones docentes y "nada que hacer".
Lectura veraniega, tranquila, relajada. Lápiz en mano y subrayado ligero. Sin mucha pretensión.
Entonces, llego al capítulo donde la palabra multitarea, enciende todas mis alarmas. Comienzo a prestar especial atención a la lectura. El capítulo habla de atención, concentración... y mi cerebro viaja directamente al colegio. "Ya la hemos liado", pienso.
El libro "Recupera tu mente, reconquista tu vida" de la doctora Marian Rojas, lleva innumerables páginas tratando del sistema dopaminérgico del cerebro, de la capacidad de concentración de este y de las afecciones que causan deterioros en la corteza prefrontal.
He decidido hacer una pausa para reflexionar tras la lectura después de los párrafos en los que se alude a los fast de la vida: fast food, fast fast wathing, speed listening, fast shopping, fast tourism, fast love... en definitiva, ese fast life unido al miedo a perdernos algo que hace que todo el conjunto de la sociedad del S.XXI estemos acelerados y estresados. Donde la paciencia ha quedado relegada a un segundo, tercer o cuarto plano en el que parar, está incluso "mal visto".
Y sí, mi mente ha viajado al cole, a los coles en los que intentamos desempeñar nuestra labor. Ese lugar al que esta velocidad también ha llegado. Si eres docente (imagino que en cualquier comunidad, pero si además lo eres en la Comunidad de Madrid igual que yo) te habrás percatado de que llevamos unos años especialmente acelerados. Acelerados en cumplir con sesiones de 45 minutos en las que no da tiempo ni a sacar el lápiz. Puede parecer exagerado, pero párate un día a cronometrar cuánto tiempo efectivo de "clase" (y por clase me refiero a que todos estemos en estado de flow, a que el alumnado esté mentalmente conectado, a que tod@s estemos, en definitiva, aprovechando ese tiempo) cumplimos, cuando ya está sonando nuestra alarma (en mi caso 5 minutos antes) para indicarnos que tienes que, hacer un cierre, salir volando a otra clase, y volver a intentar que estas sinergias entre tú y tu alumnado se creen.
(CUIDADO ANTES DE LEER que las siguientes líneas pueden inducirte a ansiedad y estrés)
Así, durante 5 o 6 clases interrumpidas por tiempos, acontecimientos, interrupciones, estados de ánimo, sentimientos y emociones, circunstancias de 25-28 personas a las que, por supuesto, tienes que tratar bien y validar emocionalmente. Mientras intentas todo esto, además, tienes el correo abierto y vas respondiendo a la mamá de Pepito y al padre de Menganito, coordinando con la piscóloga de Julianito una cita para elaborar su informe de evaluación, viendo la formación institucional que te llega en mitad de la mañana para apuntarte corriendo, no vaya a ser que vuelen las plazas, en unos días en los que tienes que abrir el calendario, y pensar rápidamente en tus tardes para organizarte y conciliar. No olvidemos que estás intentando que 4 alumnos recuperen sus contraseñas del sitio digital al que intentan acceder; que otros acaban de desbloquear una web capada; que estás buscando un navegador especial que con ayuda de la IA convierta su interfaz en más accesible para tus 3 alumnos con TDAH y tus 2 con Dislexia; que en mitad de la clase, o cuando quedan 5 minutos, entra la jefa de estudios por la puerta a contarte toda la organización del evento que tiene lugar en la próxima hora y cuya responsabilidad de que salga bien, recae sobre ti. Y a tu mente, de repente, acude ese informe que tienes que rellenar para enviar la comisión de convivencia del centro, que será enviado a Inspección, por un caso de acoso que hubo la última vez que hubo un evento como el que está a punto de suceder en el centro.
Entonces, recuerdas que tienes a dos alumn@s, al fondo de la clase, con los que ayer tuviste una reprimenda por algo que, moralmente, aceptaron que está mal, y que están visible y sensiblemente afectados. En ese instante, paras todo, incluido el tiempo, y te vas a hablar con ellos, con un lenguaje corporal amigable y sin cara de reproche, te pones a su altura y, tras unos minutos de compasión colectiva, os fundís en un abrazo. Y todo cobra sentido, y vuelves a creer en la humanidad, pero no en el sistema.
Y horas más tarde, cuando, agotada, terminas de comer y te quieres tumbar un rato a "recargar", no te duermes. Al contrario, ahí está tu mente. Y vuelves a hacer una lista interminable en tu agenda de todo aquello que dejaste por hacer por acompañar a esas personitas. Pero ahí queda, en "pendientes" porque tienes que entregar unas tareas de tu curso de: (funcionariado en prácticas, formación digital, máster, idiomas...), tienes que sacar una hora para ir a correr/terapia/pilates/deporte.... porque sino te va a estallar la cabeza; y a las 20:00h tienes que volver a estar en casa porque tienes una reunión online acerca de una charla a la que asistirás en un mes, y finalmente, sacar a pasear a tu perrito, dedicándole una hora, momento en el cual, tu cabeza, lejos de pararse a disfrutar, sigue rumiando, organizando y planificando (a la par que contestas un par de emails).
Y todo esto (un ejemplo NO REAL en cuanto a casos personales del alumnado, pero SÍ REAL en cuanto a cantidad y volumen de tareas y multitareas) me ha venido a la mente cuando he leído este maravilloso capitúlo del libro, en el que, se explica el efecto que todo esto tiene en nuestro cerebro y en nuestra salud y bienestar. (Uy! bienestar. Esa palabra que me recuerda a la figura del coordinador/a de bienestar que tiene que haber en todos los centros educativos de España y que vela, según las funciones por ley, únicamente del bienestar (en todos sus aspectos) del alumnado) pero IGNORA POR COMPLETO el del profesorado).
Esta podría ser, perfectamente, una de mis tardes, o de las tuyas, del curso anterior, o del presente, o del que vendrá. ¿Os sentís identificad@s?
Puede que sí, porque he dedicado el 90% de mi día a pensamientos del cole/responsabilidades.
Puede que no, porque ni siquiera he mencionado la concilación familiar... Que si a esta ecuación le añadimos el componente hijos, pareja, ocio... la bomba es, que llega mediados de diciembre y hemos: explotado.
Y cuando algún amigo, tu jefe, tu compi… te añade una tarea más como “favor especial”, “porque solo tú sabes de esto”, “porque no puedo con todo” “porque queremos darte la oportunidad” “porque….motivos mil” y te planteas decir NO PORQUE NO PUEDES CON MÁS COSAS…se enciende la culpa… o la sensación de dejar escapar oportunidades… y en lugar de explicar todo esto (ojo, que estamos en nuestro derecho a decir no sin dar explicaciones) recurres a un simple: no me siento capaz / tengo ansiedad/ ese día no puedo.
Pero hoy, desde la calma (porque sí amig@s, de que se está o se ha estado mal un@ se da cuenta cuando PARA o cuando hay consecuencias de salud) es cuando, replanteándose un@ el nuevo curso escolar, reflexiona sobre en qué quiere invertir su tiempo, que no es sino nuestra vida.
Y es que, no nos engañemos, por mucho que QUERAMOS PARAR, o bajar el ritmo, en multitud de casos, trabajos y ritmos de vida, NO PODEMOS. Salvo que esa parada venga obligada por SALUD. El problema no lo tenemos únicamente nosotr@s (que también, porque responder correos a las 5 de la mañana es decisión nuestra y de nadie más), pero el RITMO FRENÉTICO de la sociedad en la que vivimos (Y DEL QUE NUESTROS MENORES NO ESTÁN PROTEGIDOS) nos debilita, deteriora y enferma como individuos.
Con estas líneas, que sirven de desahogo y reflexión para su autora, espero dar pie a la reflexión de la persona que lee y que, ojalá, haya caído en ellas desde la más absoluta calma y paz mental.
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Yas.